Un artesano hace girar la arcilla en su torno para moldearla
con sus manos según le interese construir una cosa u otra. Así,
cada vez que ejerce el más leve contacto con sus dedos en el barro,
este modifica su forma adquiriendo nuevos detalles y eliminando otros
anteriores. De ese modo, poco a poco va construyendo aquello que
realmente pretendía. Si comparamos el principio del proceso con el
final, nos daremos cuenta de que la esencia sigue estando ahí (la
arcilla) pero han cambiado los detalles (la forma).
Del mismo modo actuamos nosotros cuando a través de nuestra memoria
recuperamos un recuerdo. Cada vez que recordamos un acontecimiento,
nos convertimos en el artesano que toca la arcilla con sus manos y
por lo tanto algún detalle de ese recuerdo queda modificado respecto
al anterior. Dicho de otro modo, nosotros mismos moldeamos nuestros
propios recuerdos según hacemos uso de ellos, de manera que existen
diferencias entre el recuerdo almacenado en nuestra memoria por
primera vez, y ese mismo recuerdo que acabamos de recuperar.
Con un ejemplo lo comprenderemos fácilmente...
Recordemos aquella vez que, siendo nosotros unos niños, nuestra madre nos llevó a jugar al parque y, aquel perro enorme, un
pastor alemán, nos atacó con intención de mordernos. Por suerte
pudimos escapar subiendo por la escalera del columpio hasta que vino
el dueño, lo ató con la correa, y se lo llevó.
Esta historia la contamos una y otra vez a nuestros amigos,
compañeros de trabajo, etc... Es una de esas típicas “batallitas”
que siempre tenemos en mente para amenizar alguna tertulia, y que
contamos de manera que, quien nos mira, nota como revivimos esos
momentos del mismo modo como si lo estuviésemos viviendo de nuevo. La
hemos contado tantas veces durante nuestra vida, que ya nos la
sabemos de memoria y la contamos de carrerilla. Es ese tipo de
recuerdo que, cuando lo evocamos, no puede ser más real.
Hasta que un día, en la comida de Navidad, y rodeado de tu familia, vuelves a recordar ese acontecimiento. Y es entonces cuando notas
algo raro... Tu madre y tu hermano te miran con asombro.., y, tomando
la iniciativa, tu madre te dice: “no era
un pastor alemán enorme con intención de atacar.., era un
perro salchicha que ladraba con intención de jugar...”
En ese momento sentimos
incredulidad ante lo que estamos escuchando. Nosotros estábamos allí
y tenemos muy fresco en la memoria aquel perro enorme, con cara
asesina, y cómo pudimos salvar la vida de milagro trepando por la
escalera del columpio... Pero cuando aún no nos hemos repuesto del
primer golpe, nuestra madre continúa diciendo: “y no
era contigo, era con tu hermano. Tú estabas en el colegio
y nosotros esperábamos, jugando en el parque, a que salieras... Vaya
susto se llevó tu hermano y como salió corriendo hacia el
columpio...” Y lo curioso del
caso es que realmente así fue como ocurrió. Bueno, más o menos, ya
que nuestra madre también debe haber moldeado algo ese recuerdo.
Así es que no solamente cambiamos nuestras vivencias mediante los
recuerdos, sino que incluso podemos generar recuerdos nuevos
acerca de experiencias que nunca tuvimos. Y sin embargo, las sentimos
igual de vivas en nuestra memoria que aquellas que fueron reales.
¿Cuantas
veces hemos visto discutir a dos personas sobre un mismo
acontecimiento que vivieron juntos? Ninguna quiere dar su brazo a
torcer porque las dos visualizan el acontecimiento de manera clara en
su memoria. De manera muy clara, pero de manera muy diferente...
Sin
embargo, esta modificación que realizamos de los recuerdos no es
azarosa, sino que se corresponde a nuestros propios intereses, con el
fin de que sea congruente, ese recuerdo de nuestro pasado, con
nuestra manera de ser presente y nuestras posibles perspectivas de
futuro. Por ese mismo motivo, en muchas ocasiones, los “malos
recuerdos” tendemos a olvidarlos o a “suavizarlos” para que no
nos causen malestar psicológico. Y es que no es lo mismo, para
nuestro orgullo, huir de un perro salchicha juguetón, que de un
“enorme y asesino” pastor alemán.
Por lo
tanto nuestra memoria se encarga de protegernos; endulzando nuestro
pasado para facilitar nuestro bienestar presente, y almacenando esas
experiencias, más o menos moldeadas, que nos permitan tomar
decisiones en el futuro, congruentes con nosotros mismos.
-Preguntas
de examen.
¿Habremos
tomado decisiones trascendentales guiados por recuerdos
distorsionados?
¿Seguiremos
“encabezonados” en nuestras discusiones con los demás tratando
de mostrar que nuestra memoria es infalible?
¿Cuantos
recuerdos “sospechosos” de ser falsos me vienen ahora a la
cabeza...?
En el
siguiente enlace de video se puede ver un interesante programa de
“REDES” en el que Eduard Punset entrevista a Daniel Schacter,
prestigioso profesor de Psicología de la Universidad de Harvard que
se ha dedicado a la investigación de la memoria. A quien le interese
este tema le aconsejo fervientemente su visualización. Interesante
la entrevista y muy ilustradora la interpretación entre un joven
interactuando con su memoria.
Continuará...
Joaquín Grau